Cuando batallaban,
había muchas variables a la hora de tomar una formación. Había que considerar el
número de tropas, número de enemigos, la experiencia de las tropas, la tenencia
o no de caballería en ambos bandos, dónde se situaban las tropas más
experimentadas y la geografía, ya que podía haber accidentes geográficos de los
que se podía obtener alguna ventaja, como montes o ríos, y elementos atmosféricos,
como el Sol, el viento o el polvo. El Sol puede quitar visión a la hora del
combate si se tiene de cara, el viento puede desviar los proyectiles de las
hondas, arcos, jabalinas... y puede desplazar el polvo, que perjudicaría la
formación.
Vegecio,
en su obra Epitoma rei militaris[1],
hace mención de siete posibles formaciones de combate: La primera formación sería una línea recta, que solía ser la formación
de combate de los “bárbaros”. La línea recta era paralela a la línea enemiga,
aunque tenía inconvenientes, ya que el terreno podía romper la homogeneidad en
la línea y por tanto debilitarla. Además, cuando el ejército romano estaba en
inferioridad numérica, como solía ser, podía ser flanqueado debido a que la
línea enemiga sería mayor amplitud. Esta formación era útil cuando el ejército
propio era más numeroso, ya que se podía superar los flancos enemigos al ser la
línea más extensa.
La segunda formación sería una línea
oblicua, situando en el flanco derecho a las tropas más experimentadas con la
intención de quebrar el flanco izquierdo enemigo y llegar a su retaguardia. Mientras
tanto, el flanco izquierdo romano estaba fuera del alcance de los proyectiles
enemigos y no tiene bajas. La desventaja de esta formación era que si el
enemigo maniobraba antes que el ejército romano, podía defender su ala
izquierda y atacar con su ala derecha las tropas romanas del ala izquierda. Por
tanto, los romanos tenían que reforzar el ala izquierda con tropas de reserva
para que en tal caso no fuera superado.
La tercera formación es similar a la
segunda, aunque menos poderosa, consistía en atacar en línea oblicua pero con
el flanco izquierdo, que por lo general es más débil. Esto haría que se pudiera
separar el flanco izquierdo del derecho si el enemigo penetraba en el centro de
la formación. Al separar las dos alas se quedaba en una clara situación de
desventaja por haber roto la línea.
La cuarta formación de combate se ejecutaba
adelantando las alas para atacar los flancos enemigos, lo que podía hacerlos
huir al romper su formación, si este ataque era repelido, estarían en una situación
de desventaja, ya que tanto las alas tanto el centro estarían separados. Las
alas podían quedar debilitadas y el centro podía ser flanqueado fácilmente.
La quinta formación es semejante a la
cuarta. Se hacían los mismos movimientos, pero antes de hacerlos se situaban
tropas auxiliares en el centro para que hostigaran la formación enemiga. Así,
si las alas eran repelidas, el centro de la formación quedaba mejor protegido.
La sexta formación es la considerada por
Vegecio como la más adecuada. Se avanzaba en línea oblicua, como en la segunda formación,
hasta atacar con el flanco derecho el ala izquierda enemiga. Para esto era
recomendable el uso de una buena caballería e infantería rápida. El fin era hacer huir al flanco enemigo, ya que si un flanco de la formación caía, era muy
probable que huyeran de forma desorganizada provocado por un efecto en cadena.
Mientras tanto, la línea se expandiría en línea recta en forma oblicua, alejada
de los proyectiles enemigos. Esta formación hace que ni el ala derecha ni su
centro pueda ir en ayuda del flanco atacado, ya que el flanco izquierdo romano
avanzaría para flanquear y rodear al ejército enemigo.
La
última y séptima formación trataría
de buscar las mayores ventajas de la geografía del terreno, haciendo uso de
accidentes geográficos o humanos para aprovechar la situación. Un ejemplo sería
situarse con un río en uno los flancos, así este ala no se podría flanquear. Esto permitiría que toda la caballería y tropas auxiliares se situaran en el otro
flanco para una mayor protección.
[1] Vegecio,
Epitoma Rei Militaris, Traducción y notas
de A. R. Menéndez Argüín Signifer Libros
(Madrid 2005).
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