11 ago 2016

Mare nostrum III: Artilugios romanos para el combate naval

Como hemos comentado en un artículo anterior, las naves romanas tenían el modelo de los navíos cartagineses. Si se daba un combate contra estos últimos, el inconveniente venía de la gran maestría de los cartagineses, pues tenían experiencia naval y un mejor control de las naves. El sistema de combate cartaginés era embestir con los grandes espolones de proa que, al estar cubiertos de bronce y por debajo de la línea de flotación, hundían las naves enemigas. Para ello se requería una gran experiencia, ya que lo más adecuado era embestir desde los flancos a la nave enemiga. Si chocaban frontalmente dos trirremes podía haber consecuencias desastrosas para ambos. También se hacía uso de garfios para aproximarse a una nave enemiga y acercar el combate a los infantes.



Los romanos, que ya predominaban en el combate terrestre por las legiones, incorporaron este método a los combates navales mediante varios aparatos o artefactos.

Uno de ellos era el harpax un proyectil con punta de arpón que era lanzado por una máquina similar a una balista, lo que hacía que pudieran alcanzar a naves enemigas a una mayor distancia que con el garfio. El proyectil estaba cubierto de placas de metal para que no pudiera ser cortado y, en la parte trasera, tenía amarras para aproximarse a la nave enemiga. Era un garfio usado como proyectil. En un principio las amarras eran de cuerda pero posteriormente fueron cambiadas por cadenas.



El invento romano de más relevancia era el corvus, una larga pasarela que podía ser desplazada por medio de cuerdas y poleas. El extremo de la pasarela tenía un gran aguijón de hierro que al caer sobre el barco enemigo lo inmovilizaba. A la vez, la pasarela daba una vía a los infantes para acceder a la nave enemiga, haciendo prescindible el uso del espolón. Esto supuso que en los combates navales la importancia pasara a la infantería, en la que los romanos podían dominar. Esto fue novedoso para los cartagineses. Sus tripulaciones tenían un mayor dominio de las naves, sin embargo no contaban con tropas para el combate cuerpo a cuerpo. Pese al éxito en las Guerras Púnicas, el corvus tenía inconvenientes. El corvus causaba una gran inestabilidad en la nave, ya que la altura desequilibraba el barco en los virajes. Además, hacía las embarcaciones menos maniobrables y era un peligro añadido en caso de tormentas.



Más adelante, los barcos fueron armados con máquinas de guerra (balistas sobre todo) con las que podían dañar mástiles y velamen a la vez que causaban bajas. Cabe destacar que Aníbal hacía uso de vasijas llenas de serpientes venenosas, por lo que no solo causaba daños físicos, sino también bajaba la moral a los romanos. Era frecuente que algunas naves mercantes llevaran alguna pieza de artillería para su propia defensa.

Captura del juego Rome II: Total War. Quinquerreme armado con una balista.

Otro artilugio utilizado era el llamado asser. Consistía en una viga que colgaba del mástil con los extremos cubiertos de metal. Su función era la de un ariete naval, ya que se utilizaba el balanceo para causar bajas a la vez que se dañaba el casco enemigo. También era probable el uso de fuego griego o pyrphoroi, al igual que objetos incandescentes que pudieran prender el casco o el velamen.

10 ago 2016

Mare nostrum II: Navíos de la flota romana

Los navíos se clasificaban según las líneas de remeros, que fueron aumentando según pasaba el tiempo.

Las embarcaciones más pequeñas eran las liburnas o birremes[1], que podían tener uno o dos órdenes de remos. Destacaban por su agilidad y maniobrabilidad, ya que al ser las más ligeras podían realizar los movimientos con mayor soltura. Este tipo de embarcación también era usado por los piratas por la razón ya mencionada. En la proa tenían un espolón de bronce situado por debajo de la línea de flotabilidad para embestir a las naves enemigas.



La mayor parte de la flota romana estaba compuesta por trirremes[2], naves originarias de la antigua Grecia, las cuales tenían tres líneas de remos y eran de un tamaño mayor comparados con las liburnas. Estas naves estaban dotadas de 170 remeros y 30 infantes de marina, aunque los romanos elevaron la cantidad de infantes debido a que su estrategia naval era la de traspasar sus tropas a los barcos enemigos, dado que en el combate de infantería era donde los romanos tenían mayor maestría. Al igual que los birremes, tenían el espolón. Dentro del trirreme se situaban los remeros, que estaban a distintas alturas. Los remeros de la primera línea se denominaban tranitas, los de la segunda zigitas y los de la altura inferior talamitas. En las guerras púnicas se le añadirían los cuervos, o corvus, que explicaré más adelante.



Cuando las naves tenían cuatro líneas de remos, eran denominados quadriremis o cuatrirremes. También tuvieron una gran importancia, ya que sustituyeron a los trirremes, aunque posteriormente los trirremes volverían a ser la base de las flotas por su costo inferior. Los remeros estaban divididos en dos alturas y en cada piso había dos líneas de remos. La tripulación era de  260 hombres, de los cuales 180 serían los encargados de remar. Los remeros tenían esta disposición:



También había naves con cinco líneas de remos, llamados quinquerremes. Éstos solían ser los buques insignia de las flotas, a no ser que hubiera un hexarreme. Contaban con una tribulación variable, ya que el número de remos variaba. Tenía un número de entre 260 y 300 marineros, lo que suponía una tripulación en torno a 420 hombres. Como las otras naves, estaban dotados de un espolón y otras piezas usadas para el asalto, como el corvus (una pasarela de asalto que explicaré en el próximo artículo).








[1] F. Vegecio Renato, El arte de la guerra romana.
[2] P. Connolly, Las legiones romanas.

9 ago 2016

Mare nostrum I: Origen de la flota romana

Ya terminados los artículos sobre las estrategias que se pusieron en práctica contra los romanos, toca abordar el tema de la flota romana. Este artículo será el primero, aunque es más introductorio. Los dos siguientes trataran los diferentes navíos romanos y las tácticas y máquinas de guerra que utilizaba Roma. Vamos allá.

En la primera mitad del siglo III a. C., Roma neutralizó la importancia naval de la ciudad de Cartago, que hasta ahora se había hecho con el control del Mediterráneo occidental. Hasta entonces Roma había hecho uso de las naves de las naciones aliadas, pero fueron las Guerras Púnicas las que provocaron la creación de una flota naval romana.

El origen de la flota romana surge debido a un quinquerreme (un barco con cinco líneas de remos, hablaré de él en el próximo artículo) cartaginés que cayó en manos romanas[1]. Los romanos, ni cortos ni perezosos, copiaron el modelo de la nave para hacer cien unidades iguales a las cartaginesas y veinte trirremes (tres líneas de remos), lo que provocó que a la hora de hacer la guerra tuvieran naves semejantes. Roma, sin embargo, reformó las embarcaciones con algunos elementos innovadores que veremos en próximos artículos.

Trirreme cartaginés


Las dos bases más importantes eran las bases destacadas en Miseno, en la actual Nápoles, y en Rávena[2], en la desembocadura del Po. No obstante, cada vez habría más puertos y flotas por cada provincia conquistada, ya que se ocupaban de las cercanías para combatir la piratería y asegurar el comercio. La flota instalada en Miseno era denominada Classis Misenensis, mientras que la destacada en Rávena se llamaba Classis Ravennatis. Otro puerto de gran importancia era el puerto de Ostia, el más cercano a Roma. (¡Ostia! a la vista).

Puerto de Ostia

Pompeyo engrandeció la flota en el año 67 a. C., fue responsable de la eliminación de los piratas cilicios que se habían hecho con el control de las aguas y asaltaban las naves mercantes. A partir de entonces el Mediterráneo comenzó a llamarse Mare nostrum, “nuestro mar”, por el dominio romano sobre él.

Cada flota contaba con un gran número de naves de diferente tamaño. Normalmente había una nave insignia, de mayor tamaño, después quinquerremes y trirremes como base, y birremes, naves de menor tamaño pero que tenían mayor agilidad.



[1] P. Connolly, Las legiones romanas.
[2] F. Vegecio Renato, El arte de la guerra romana.

8 ago 2016

¿Cómo podían combatir los romanos a los partos?

Si en la Historia Antigua destacaron unidades de arqueros montados, esos fueron los pertenecientes al pueblo parto (Partia). Los partos basaban su ejército en un gran número de arqueros montados, quienes hostigaban a distancia y eran inalcanzables para la infantería pesada romana.

Si los romanos mandaban a su propia caballería para alcanzar a estos arqueros montados, los jinetes romanos tenían una mayor probabilidad de morir, ya que los partos eran expertos en el combate de desierto y su maestría con el arco a caballo era notable. Podían disparar al galope y hacia atrás, lo que hacía que una persecución a estos jinetes pudiera ser devastadora para los perseguidores, ya que al tiempo que no lograban alcanzarles, eran asaeteados. Otra estrategia parta era atraer a los ejércitos romanos al desierto, donde quedarían sedientos si no tenían aprovisionamiento. Toda tropa que quedara en el desierto sin agua y bajo el Sol quedaría expuesta a la muerte o a los partos.





Hay que tener en cuenta que los partos solían combatir en las dunas del desierto, por tanto, sus monturas tenían una mayor adaptación al terreno, mientras que la caballería romana no estaba adaptada. Otro factor a tener en cuenta es que la infantería romana estaba equipada con armaduras pesadas. Al estar en una región cálida y desértica, llevar una armadura pesada hacía que una marcha fuera extenuante. Las tropas romanas tuvieron que adaptarse, ya que habían sufrido grandes derrotas. La batalla más conocida es la de Carras, en el año 53 a. C. En tal lugar murió Marco Licinio Craso (triunviro junto a César y Pompeyo). Craso error. De esta batalla viene el origen de la expresión, ya que fue aniquilado junto a seis legiones, además de haber una “legión perdida” de la cual tengo previsto hablar en otro artículo.



En un principio, las legiones romanas avanzaban en su formación habitual contra el ejército parto, pero es aquí cuando venía el problema, pues el ejército parto no usaba la caballería como cuerpo de apoyo, sino que el grueso del ejército era la caballería, haciendo imposible alcanzarlo con la formación romana. Por ello, se tomaron distintas medidas para poder enfrentarse a ellos. La primera medida fue aumentar el número de atacantes a distancia, ya que así los romanos podían responder con mayor eficacia a los proyectiles. Se utilizaron mayormente las hondas y los arcos, además de las pila (jabalinas) que ya estaban en uso.



La segunda medida era el uso de la formación cuadrado en hueco, formación ya explicada en un artículo anterior, en la cual se protegían de los disparos de los arqueros partos, mientras que en el interior de la formación los arqueros y honderos romanos podían responder a los proyectiles partos.

Por último, la tercera medida era el intento de prender a los arqueros partos mediante la toma de posiciones estratégicas, ya que así los partos se verían forzados al cuerpo a cuerpo. La condición principal de esta medida era no separar las unidades, ya que si quedaban aisladas tenían una gran posibilidad de caer a manos de los guerreros partos.


7 ago 2016

¿Qué podían hacer los llamados hispanos frente a los romanos?

Antes de empezar, debo mencionar la cantidad de pueblos que había en la Península Ibérica. Sería tedioso mencionar cada uno de los diversos pueblos que combatieron a Roma (íberos, lusitanos, turdetanos, carpetanos, celtíberos y un largo etcétera). Los pueblos ibéricos, llamados hispanos por los romanos, desempeñaron una defensa de la Península Ibérica basada en la guerra de guerrillas, aunque, anteriormente, los romanos ya habían combatido contra los íberos cuando formaban parte de las tropas de Aníbal.



Las legiones adaptarían varios elementos usados por los hispanos, como el gladius[1], (espada corta romana) que estaba basado en las falcatas íberas. También el uso de las pila era frecuente entre los hispanos, ya que usaban jabalinas con gran destreza. Otra de las unidades más destacables eran los honderos baleares, quienes estaban especializados en su uso por ser la técnica de caza más usada en la zona y eran instruidos desde la juventud para ser unos experimentados honderos. Estas fuerzas supusieron un gran apoyo posteriormente, ya que serían contratados como auxiliares.



A la hora de la defensa de la Península Ibérica, los hispanos destacaban por su astucia, rapidez y movilidad, ya que no entraban en combate abierto contra las legiones, sino que esperaban a los momentos más ventajosos para causar el mayor daño posible. Hacían uso de las emboscadas y se retiraban posteriormente sin sufrir (apenas) bajas. Estas escaramuzas causaban, además de las muertes, daño psicológico y moral, ya que los legionarios se desplazarían con miedo e incluso se veían obligados a construir un mayor número de fortificaciones.



Como he mencionado, vencer a las legiones en campo abierto era una ardua tarea, por lo que la táctica hispana se basaba en la defensa de ciudades y baluartes además de los frecuentes ataques sorpresa. Estas emboscadas las hacían pequeños grupos de personas, hostigando la retaguardia de las legiones o atacando los convoyes de provisiones. Los hispanos fueron los primeros en atacar de forma predominante la logística de los romanos en vez de a sus tropas. Si no puedes con un enemigo fuerte, al menos haz que pase hambre.





[1] P. Connolly, Aníbal, y los enemigos de Roma.

6 ago 2016

¿Qué podían hacer los romanos contra las hordas bárbaras?

Roma tuvo contacto con una gran cantidad de pueblos, algunos de ellos denominados bárbaros, quienes iban a la batalla como una horda. Cargaban contra las formaciones enemigas con intención de matar, pero con nula estrategia. Utilizaban la sencilla estrategia de atacar de frente. Cabría destacar a los pueblos germanos, britanos o galos, que eran los más asiduos en usar este tipo de combate.

Estos pueblos, pese a la escasa organización de las tropas, contaban con cuatro principios: Tenían que tener una clara superioridad numérica, atacaban cuando menos se esperaba, con una gran rapidez y, si era posible, hacían uso de la geografía del lugar para beneficiarse, ya que solían combatir en sus propias tierras y tenían un mayor conocimiento del territorio.

Este brutal método es útil, pero es menos eficiente cuando en frente se posiciona un ejército firme, disciplinado, bien equipado y organizado como una legión romana. Sencillamente, la formación de los legionarios estaba en ventaja sobre la “horda”. Estos pueblos solían ir a la guerra con grandes espadas o hachas y descuidaban la protección, ya que no portaban ninguna protección de importancia. Podían usar escudos, pero con el lanzamiento de los pila se desbarataba la primera línea de la formación enemiga. Cabe mencionar que esta formación era la que más sufría el impacto de las jabalinas, ya que al no ir debidamente protegidos, experimentaba un efecto devastador.





La intención de estas hordas se resumía en intentar romper la línea romana mediante cargas[1]. En ocasiones formaban una posición en cuña, pero la ya mencionada flexibilidad de las legiones permitía defenderse de esa formación, además de poder aguantar el combate durante más tiempo.

Otro tipo de unidad de estas hordas eran los carros, ya antes usados en el Próximo Oriente[2]. Estos carros tenían un mayor poder de penetración en las filas de infantería, pero una formación cerrada podía desbaratar una carga de carros, al igual que las unidades de ataque a larga distancia romanas, como honderos, arqueros o con las propias pila, podían abatir a estos carros.





[1] César, La guerra de las Galias.
[2] P. Connolly, La vida en el pasado, la leyenda de Ulises, Madrid, ed. Espasa-Calpe, 1981,

5 ago 2016

¿Qué podían hacer los romanos contra la falange macedónica?

La falange macedónica consistía en una gran formación de picas. Las primeras cinco filas de formación mantenía las llamadas sarisas hacia el frente enemigo. A partir de la sexta fila, las picas irían elevándose, quedando inclinadas.  Esta posición hacía que se desviaran muchos de los proyectiles, ya que cabía la posibilidad de que chocaran con la gran cantidad de picas de la formación. Las sarisas medían entre cinco y seis metros, lo que permitía hacer de la formación un muro de lanzas[1]. Pesaban tanto que había que usar las dos manos para utilizarla, por lo que el pequeño escudo que portaban se sujetaba con correas al antebrazo izquierdo. La falange la creó Filipo II de Macedonia, padre de Alejandro Magno. Cuando los macedonios batallaron contra Grecia la falange venció a la formación hoplítica griega (batalla de Queronea), lo que supuso la conquista de la península Balcánica. Esta nueva formación era prácticamente imbatible para la caballería, ya que las largas lanzas hacían infranqueable este muro y era imposible cargar contra ella.



La falange macedónica era una formación que destacaba por su firmeza, sin embargo, esto hacía que tuviera poca movilidad. Los únicos movimientos convenientes eran  hacia adelante, con las picas en ristre, o de forma oblicua. Aquí se hallaba el gran defecto de la falange, no era una línea flexible. Si se rompía la formación o se llegaba a un combate cerrado, la formación quedaba inutilizada por no haber espacio suficiente para el manejo de las picas. Aún así, la falange solía estar acompañada de otras fuerzas, como hoplitas, infantería ligera o caballería. En esto último destacaba Alejandro Magno.



Sabiendo esto, las legiones eran más móviles que la falange, ya que la legión romana permitía el relevo de la primera línea con mayor facilidad. La táctica romana consistía en lanzar las jabalinas, lo que ya ocasionaba grandes percances, para después atacar la formación de la falange en hileras. Desplazaban las lanzas con los scutum hasta llegar hasta las propias tropas de la falange, donde con apenas espacio los legionarios destacaban por el uso de la espada corta, que requería un espacio menor. Este era el modo con el que causaban grandes bajas en las líneas de la falange. Estos no podían sino retirarse o soltar las sarisas, por lo que rompían la falange. También hay que destacar la mayor flexibilidad de las legiones, ya que cada unidad tenía su propio espacio para maniobrar, mientras que la falange era una sola formación homogénea. Los legionarios, organizados en centurias y cohortes, hacían los movimientos con mayor libertad, por lo que realizaban maniobras que los beneficiaban.







[1] P. Connolly, Los ejércitos griegos, Madrid, ed. Espasa-Calpe, 1981,

4 ago 2016

Formaciones y líneas de batalla romanas

Cuando batallaban, había muchas variables a la hora de tomar una formación. Había que considerar el número de tropas, número de enemigos, la experiencia de las tropas, la tenencia o no de caballería en ambos bandos, dónde se situaban las tropas más experimentadas y la geografía, ya que podía haber accidentes geográficos de los que se podía obtener alguna ventaja, como montes o ríos, y elementos atmosféricos, como el Sol, el viento o el polvo. El Sol puede quitar visión a la hora del combate si se tiene de cara, el viento puede desviar los proyectiles de las hondas, arcos, jabalinas... y puede desplazar el polvo, que perjudicaría la formación.

Vegecio, en su obra Epitoma rei militaris[1], hace mención de siete posibles formaciones de combate: La primera formación sería una línea recta, que solía ser la formación de combate de los “bárbaros”. La línea recta era paralela a la línea enemiga, aunque tenía inconvenientes, ya que el terreno podía romper la homogeneidad en la línea y por tanto debilitarla. Además, cuando el ejército romano estaba en inferioridad numérica, como solía ser, podía ser flanqueado debido a que la línea enemiga sería mayor amplitud. Esta formación era útil cuando el ejército propio era más numeroso, ya que se podía superar los flancos enemigos al ser la línea más extensa.



La segunda formación sería una línea oblicua, situando en el flanco derecho a las tropas más experimentadas con la intención de quebrar el flanco izquierdo enemigo y llegar a su retaguardia. Mientras tanto, el flanco izquierdo romano estaba fuera del alcance de los proyectiles enemigos y no tiene bajas. La desventaja de esta formación era que si el enemigo maniobraba antes que el ejército romano, podía defender su ala izquierda y atacar con su ala derecha las tropas romanas del ala izquierda. Por tanto, los romanos tenían que reforzar el ala izquierda con tropas de reserva para que en tal caso no fuera superado.



La tercera formación es similar a la segunda, aunque menos poderosa, consistía en atacar en línea oblicua pero con el flanco izquierdo, que por lo general es más débil. Esto haría que se pudiera separar el flanco izquierdo del derecho si el enemigo penetraba en el centro de la formación. Al separar las dos alas se quedaba en una clara situación de desventaja por haber roto la línea.



La cuarta formación de combate se ejecutaba adelantando las alas para atacar los flancos enemigos, lo que podía hacerlos huir al romper su formación, si este ataque era repelido, estarían en una situación de desventaja, ya que tanto las alas tanto el centro estarían separados. Las alas podían quedar debilitadas y el centro podía ser flanqueado fácilmente.



La quinta formación es semejante a la cuarta. Se hacían los mismos movimientos, pero antes de hacerlos se situaban tropas auxiliares en el centro para que hostigaran la formación enemiga. Así, si las alas eran repelidas, el centro de la formación quedaba mejor protegido.




La sexta formación es la considerada por Vegecio como la más adecuada. Se avanzaba en línea oblicua, como en la segunda formación, hasta atacar con el flanco derecho el ala izquierda enemiga. Para esto era recomendable el uso de una buena caballería e infantería rápida. El fin era hacer huir al flanco enemigo, ya que si un flanco de la formación caía, era muy probable que huyeran de forma desorganizada provocado por un efecto en cadena. Mientras tanto, la línea se expandiría en línea recta en forma oblicua, alejada de los proyectiles enemigos. Esta formación hace que ni el ala derecha ni su centro pueda ir en ayuda del flanco atacado, ya que el flanco izquierdo romano avanzaría para flanquear y rodear al ejército enemigo.



La última y séptima formación trataría de buscar las mayores ventajas de la geografía del terreno, haciendo uso de accidentes geográficos o humanos para aprovechar la situación. Un ejemplo sería situarse con un río en uno los flancos, así este ala no se podría flanquear. Esto permitiría que toda la caballería y tropas auxiliares se situaran en el otro flanco para una mayor protección.








[1] Vegecio, Epitoma Rei Militaris, Traducción y notas de  A. R. Menéndez Argüín Signifer Libros (Madrid 2005).

Tácticas y formaciones de las legiones romanas

Dentro del combate, los legionarios podían adoptar una gran variedad de tácticas para combatir al enemigo. Según las tropas enemigas, los legionarios adaptaban una táctica u otra. No adoptaban la misma táctica contra un ejército de gran cantidad de unidades a distancia que contra una carga de caballería. Cada acción enemiga conllevaba una reacción en los legionarios para sufragar el daño y, a la vez, adoptaban diferentes tácticas tanto para defenderse como para atacar.

Una de las tácticas legionarias más conocidas es la denominada formación tortuga o testudo. Esta formación consistía en la agrupación de escudos, de forma que la primera línea los sostenía de forma vertical y el resto de las líneas los posicionaba perpendicularmente por encima, solapando los escudos para que no se colara ningún proyectil. Esta táctica de combate era de uso frecuente contra arqueros, ya que estaban completamente protegidos. El inconveniente era la lentitud de desplazamiento de la formación. También podían posicionarse escudos en los lados, pero entonces se formaban espacios en la parte superior y el avance era incluso más lento. A la hora de la instrucción de esta formación defensiva, los legionarios debían aguantar la formación incluso cuando se les lanzaban carros por una pendiente. Cuando eran capaces de mantenerse firmes frente a tal carga se consideraba que la habían realizado correctamente.



Su uso fue destacado a la hora de los asedios, ya que era una forma efectiva de llegar al muro enemigo con las mínimas bajas posibles. Los legionarios de las líneas traseras podían agacharse haciendo que se formara una rampa de escudos que permitía el paso a los legionarios que iban detrás de la formación.

Otra de las muchas tácticas defensivas era la formación en orbe, que consistía en posicionarse formando un círculo con los escudos hacia el exterior. Cuando había espacio suficiente se situaban arqueros en el centro, éstos podían hostigar y causar bajas mientras estaban protegidos por los escudos. El inconveniente era que tenía una movilidad nula. Sta formación requería mucha disciplina y solía usarse en casos donde estaban completamente rodeados.



La táctica por excelencia para repeler a la caballería consistía en una primera fila que debía hacer un muro de escudos utilizando los pila como picas en vez de jabalinas. La segunda línea debía reforzar el muro de escudos y usar el pilum como una lanza para hostigar y mantener alejada a la caballería. Esta táctica tomaba la forma de un muro erizado, lo que hacía que la mayoría de las posibles caballerías enemigas no pudieran hacer frente a esta defensa.



Otra táctica defensiva era el cuadrado hueco o formación en cuadro, que era similar a la formación en orbe, pero con mayor espacio y movilidad. Esta táctica solía usarse frente a arqueros montados, por lo que su uso era frecuente contra los partos.



Sería una formación similar, si no fuera porque es un fotograma de Las cuatro plumas y se ambienta en el siglo XIX.


La formación ofensiva más destacable era la formación en cuña. Consistía en formar un triángulo en la que pudiera ofrecer una mayor penetración en la formación enemiga, ya que el ataque tenía una mayor profundidad de las tropas legionarias. Esta formación podía provocar que la línea enemiga se rompiera.



Había veces que ninguna de estas tácticas daba resultado, como, por ejemplo, contra los elefantes cartagineses. Publio Cornelio Escipión puso en práctica en la batalla de Zama, en el años 202 a. C, una táctica que consistía en crear espacios similares a caminos. Los elefantes atravesaban estos espacios inconscientemente, lo que permitía disminuir las bajas mientras que eran abatidos a base de jabalinas y otros proyectiles, esto supuso que el gran arma cartaginés perdiera importancia.

Otra táctica, aunque pueda considerarse una formación, era dar la impresión de tener el centro de la formación débil, ya que el enemigo vería la ocasión de romper la formación y centraría las tropas en el centro, aunque realmente esta táctica era atraerlos para que las alas romanas flanquearan y rodearan al ejército enemigo. Esta táctica fue puesta en práctica por Aníbal Barca en la batalla de Cannas, en el año 216 a. C, precisamente contra tropas romanas. A partir de entonces los romanos adoptaron esta estrategia.