18 oct 2015

Guerra de los Cien Años: Batalla de Crécy

En la obra de Emilio Fernández Mitre se le dedican poco más de dos páginas a la conocida batalla de Crécy-en-Ponthieu, mencionando cómo el 12 de julio de 1346, con la ayuda de Godofredo d´Hardourt, Eduardo III y sus tropas desembarcaron en Saint-Vaast-la-Hogue y comenzaron la primera cabalgada en Francia, formados en tres columnas paralelas dispuestos a adentrarse en territorio enemigo. Pillaron Normandía sin encontrar mucha resistencia y continuaron su camino por otras poblaciones, hasta llegar al río Sena, remontándolo hasta tocar prácticamente las puertas de París. La versión del relato expuesta en este libro sitúa a Eduardo y a sus tropas sin los medios suficientes para atacar la ciudad, por lo que deciden virar hacia el norte en el momento en el que Felipe VI convoca al ejército. Los ingleses continúan en su camino y logran cruzar el río Somme para zafarse del ejército francés, que ahora está siguiéndole los pasos. Es el 26 de agosto cuando los ingleses llegan al campo de Crécy. Horas más tarde, los franceses los alcanzan desde Abbeville. Siguen las instrucciones del rey de atacar “cuando ya sus rivales, muy inferiores en número, habían tenido tiempo de elegir posiciones”(Mitre, 2005, 107), un error que resultaría catastrófico para los franceses, quienes en su arrogancia y desesperación[1] por despachar al ‘inferior’ ejército ingles esa misma tarde, no se dieron tiempo de descanso y reagrupamiento.

Habla en estas páginas de la formación de las tropas de Eduardo III: tres grupos escalonados en la colina, el primero dirigido por su hijo, Eduardo, el Príncipe Negro, el segundo por los condes de Arundel y Northampton y la tercera, la reserva, junto a un molino, por el mismo rey. El batallón del príncipe de Gales tenía al frente a los arqueros del reino, por lo que al iniciar la batalla (Mitre menciona que fueron los ballesteros genoveses del bando francés los primeros en disparar) lanzaron sus flechas, y la nube que estas formaban era ‘tan espesa como la nieve’[2]. Por su parte, el ejército francés estaba dirigido por el duque D’Alencon, junto con los reyes de Bohemia, Mallorca y los Romanos. La siguiente división era comandada por los duques de Lorena y Blois y la retaguardia estaba bajo órdenes del mismo Felipe VI.



Sin embargo, al poco tiempo de iniciar la batalla, comenzó una tormenta, a lo que los arqueros resguardaron las cuerdas de sus arcos en sus ropas, pero los ballesteros no podían hacer lo mismo, factor que afectó en gran medida el alcance de sus tiros. Al momento que los ingleses se iban acercando, los genoveses disparaban sus dardos, pero estos caían al suelo porque las cuerdas estaban flojas.[3] Continua solo para mencionar un hecho crucial: el plan de ataque francés. Quienes a pesar de “ya esperar”(Mitre, 2005, 107) las flechas de los arqueros, embistieron contra ellos con toda la fuerza de su caballería pesada, con la intención de romper sus líneas, estrategia que resultó desastrosamente fallida, una y otra vez esa noche. La pérdida de Crécy para Mitre, y muchos otros desde ese día, sólo pone en evidencia lo obsoleto de la estrategia de caballería pesada; la arquería inglesa había llegado para revolucionar la forma de combate bajomedieval.



El recuento de la batalla en el libro de Christopher Allmand es aún más breve, pero lo que llama la atención son pequeños detalles que difieren de otras versiones pero en este caso sí tienen relevancia: “El rey inglés continuo su avance hacia el este y llegó a escasos kilómetros de París antes de poner rumbo al norte hacia el canal de la Mancha. Fue en el camino que lo sorprendió el ejército francés en Crécy-en-Ponthieu(…).”(2005, 34) Sabemos que los ingleses no fueron ‘sorprendidos’, sino todo lo contrario, fueron las horas de preparación de su posición defensiva lo que les valió la victoria ese día.

La intensidad de las flechas inglesas provocaron que los genoveses, al frente del ejército francés, comenzaran a retroceder, acto que los caballeros franceses no aceptaron, por lo que cabalgaron al frente sin importarles sobre quien pasaran. Esta confusión y falta de formación en las filas francesas, sumado a que nunca fueron capaces en realidad de subir las colinas para alcanzar a la totalidad del ejército inglés fue decisivo. En algún punto los cañones de los ingleses fueron disparados, los cuales, aunque no hayan hecho daños sustanciales sí sumaron al caos en las filas enemigas.  La lucha continuó muy entrada la noche, pero con el abandono del campo de batalla por parte del mismo rey Felipe VI, se daba prácticamente por perdida[4]. Mucha de la nobleza francesa se perdió ese día, mientras que eran pocas las pérdidas en general del lado inglés. Una de las más devastadoras batallas jamás peleadas en suelo francés, poco después los ingleses se encontraban en la cúspide de su hegemonía en el continente, por corta que esta fuese.




[2] Palabras del cronista más famoso y más citado de la época, Jean Froissart

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