18 oct 2015

Guerra de los Cien Años: Ejércitos

“Posiblemente pocas veces en la historia se ha dado un contraste tan agudo entre el canto de las hazañas de los caballeros y la búsqueda por los príncipes de una operatividad cada vez mayor de sus ejércitos. La milicia al servicio de los monarcas experimenta en los siglos XIV y XV el giro decisivo hacia la creación de los ejércitos permanentes modernos.” Así nos relata Emilio Mitre Fernández en su La Guerra de los Cien Años la situación de los ejércitos en la Europa feudal. 

Examinaremos tan sólo los inicios de la guerra pero ya desde entonces se comienzan a ver cambios, sobre todo por la presión que las derrotas ejercen en el ejército francés, de formas ya arcaicas e incapaz de adaptarse a los modos de batalla ingleses.

Ejército y combatientes

El proceso de cambio de un ejército obligatorio a uno de contratación comenzaba exactamente a finales del siglo XIII y principios del XIV: la típica movilización generalizada, dispuesta como sistema de leva en masa para 1300 en Francia por Felipe el Hermoso en caso de necesidad, estipulaba que cualquier hombre entre dieciocho y sesenta años debía estar dispuesto a marchar a la guerra. A esto se le llamaba arrière-ban, el cual mostró ser bastante impopular e ineficiente, convirtiéndose incluso en un arma política con que derrotar a la corona, hasta que cayó en desuso para 1356.

Esta “prematura idea de ejército nacional”(Mitre, 2005, 74) fue abandonada y suplantada lentamente por el sistema de contratación a la italiana (condotta), llamada indenture en Inglaterra o lettre de retenue en Francia, por medio de los cuales capitanes y sus hombres prestaban sus servicios al rey de manera temporal. Lo normal era que el monarca, como empresario, contratara a un capitán con sus hombres durante seis meses, pero la extensión de la guerra dio lugar a la creación de instituciones que llevaran a cabo la administración del sistema de indentures. Es igualmente claro que, al cambiar de un sistema de reclutamiento obligatorio a uno por contrato, este necesitaba financiamiento: “Tradicionalmente eso se realizaba a través de una cantidad que se pagaba en lugar del servicio y de otras contribuciones. (…) En Francia, en muchos casos el servicio feudal se compensaba mediante el pago de sumas en metálico, mientras que en Inglaterra los eclesiásticos, como los abades y priores, y las mujeres, pagaban dinero en lugar de prestar el servicio personal.” Así lo dice Christopher Allmand en la obra del mismo título, La Guerra de los Cien Años. Sin embargo, esto no garantizaba la rectitud de las sumas ni la fiabilidad de este sistema.

La estrategia  de ataque predilecta de los ingleses es conocida como chevauchèe, cabalgada, pillaje o raid en palabras simples. Aunque fue aplicada por los franceses también, es evidente que la vasta mayoría de la Guerra de los Cien Años se llevó a cabo en territorio galo, con los ingleses siendo los atacantes y aquellos en posición defensiva. Consistían en operaciones que podían estar integradas por tan sólo mil o hasta siete mil hombres, como la de Eduardo, el Príncipe Negro, en 1355, que se adentraban varios kilómetros en territorio enemigo destruyendo todo a su paso, pueblos y campos; matando y robando a quienes y cuantos se encontraran. La misión principal de este táctica era causar el mayor daño posible al adversario, para que tuviera una dificultad de igual magnitud en recuperarse. Se saquea todo lo que se pueda para luego volver al punto de partida, si además de minar los recursos económicos del enemigo se consigue debilitar su moral, la cabalgada se considera un éxito. Era la ‘guerra de aniquilación’ una forma normal de lucha durante estos años.(Mitre, 2005, 81) Allmand hace énfasis en el ambiente de inseguridad que se intentaba crear, destruyendo cosechas y minando la autoridad del rey de Francia, de quien era responsabilidad la defensa de su pueblo.




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